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Reflexiones desde la conciencia “Sin poder mapuche no habrá respeto”

Galvarino Raimán, Werken territorio Nag Che

Lo que estamos viviendo hoy como pueblo debe entenderse desde una base clara: habitamos dentro de un Estado que se llama Chile. Un Estado que tiene reglas, autoridades y poder. Y como cualquier Estado en el mundo, no va a permitir que surjan discursos paralelos ni procesos que cuestionen su estabilidad o su gobernabilidad. Eso lo haría cualquier Estado, de izquierda o de derecha.

Si fuéramos nosotros los mapuche quienes tuviéramos un Estado constituido, probablemente también defenderíamos un orden mínimo, una dirección común, una gobernabilidad propia. Porque sin eso, todo se vuelve al lote, sin horizonte. El poder, para sostenerse, necesita estructura, proyecto y cohesión interna.

El Estado chileno actúa según su mandato: mantener una nación única, centralizada, con una Constitución y una institucionalidad homogénea. Frente a eso, podemos decir como mapuche que no pertenecemos a ese Estado, pero para que esa afirmación tenga fuerza, se necesitan condiciones reales que hoy no tenemos.

Debemos constatar que hoy no existe un poder mapuche real ni amplio, sin poder mapuche no habrá respeto. Nuestra organización está debilitada, dividida. No contamos con fuerza política, económica ni social suficiente. Tampoco tenemos una gobernabilidad interna que nos permita actuar como un cuerpo colectivo, articulado y firme.

El Estado ha leído eso con claridad. Por eso aplica políticas de opresión, de fragmentación y desarticulación, especialmente cuando ve que algunos hermanos intentan levantar ideas o prácticas que reconstruyen una visión propia como pueblo. Y actúa sin contrapeso, porque hoy no tenemos un movimiento social activo como el que existió entre 1996 y 2005, cuando había comunidades vivas, werken con vocería clara, machi, lonko, nguillatunes, y una movilización colectiva que se sostenía con fuerza desde el territorio.

Recuerdo cómo se organizó entonces la Asociación Mapuche Ñankucheo en Lumaco, desafiando los límites de la Ley Indígena y exigiendo algo más que los lentos subsidios de tierras que entregaban a 5 comunidades por año. Esa acción dio origen a nuevas formas de organización territorial que más tarde desembocaron en el Movimiento Lafkenche que luego constituyó una coordinación de organizaciones en las provincias de Arauco – Malleco. Fue el inicio de un ciclo político que logró tensar al Estado.

Hoy, muchas de las voces que critican la militarización o las acciones judiciales lo hacen con razón, pero poco respaldo social. Sin aquello los discursos no tienen peso. El Estado solo escucha acciones organizadas, movimientos visibles, comunidad en pie. Lo demás, lo ignora sin mayor problema.

Hemos visto ejemplos en otros pueblos. En Ecuador, el movimiento indígena fue capaz de movilizar a miles para resistir la represión, incluso sacando militares de los territorios. Eso sería posible también en nuestro caso, si tuviéramos el nivel de conciencia, unidad y capacidad organizativa que se requiere. Pero no la tenemos aún, y mientras eso no cambie, el Estado seguirá actuando con impunidad.

Entonces, ¿cuál es el camino? A mi entender, debemos volver a organizarnos desde lo territorial y lo político, pero también desde lo económico, lo cultural y lo espiritual. Necesitamos ideales, sí, pero también realismo. Necesitamos identidad, pero también herramientas concretas. Nuestro pueblo tiene necesidades urgentes y reales que requieren respuestas concretas.

Debemos evitar caer en discursos idealistas sin sustento. No basta con decir “Wallmapu libre” o hablar de un “país mapuche”, si ni siquiera hemos sido capaces de construir una base mínima de gobernabilidad propia. La utopía puede inspirar, pero no puede reemplazar la estrategia. Lo que necesitamos es una autonomía real, construida paso a paso, peldaño a peldaño, con visión de largo plazo. Para que las generaciones que vienen sí puedan alcanzar lo que nosotros aún no hemos logrado.

Y eso requiere instrumentos propios (institucionalidad mapuche) y condiciones económicas que sostengan nuestro actuar. Requiere superar el egoísmo, el individualismo, las descalificaciones internas, los discursos paralelos que nos dividen. Y también, reconstruir empatía entre nosotros como pueblo, y generar vínculos con otros sectores sociales que puedan ser aliados de nuestra causa.

Mientras sigamos fragmentados, el Estado tendrá siempre la ventaja. Y eso lo sabe. Por eso siembra miedo: miedo a reivindicar tierras, miedo a decir que podemos, miedo a confrontar la injusticia. Es parte de su estrategia permanente.

La nuestra debe ser otra: construir poder real, desde la comunidad, la economía, la cultura, la espiritualidad y el proyecto político. 

Así pienso este tiempo. Así comparto mi reflexión, como un mapuche más.

Galvarino Reimán

Werken Territorio Nag Che

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