Seleccionar página

La que caminaba con el bosque

Me llamaron lamgen. Yo, winka de ciudad, recibí ese nombre que significa hermana. Y recibí también la tarea de escribir sobre Julia Chuñil Catricura. Su corazón dejó de latir, pero no de llamarnos.

El 8 de noviembre de 2024, Julia salió con un hacha y su perro Cholito buscando animales perdidos. Tenía 72 años, era madre, abuela, presidenta de la Comunidad Putreguel, defensora del bosque nativo y de las tierras ancestrales. No volvió jamás. Hoy sabemos, por una escucha telefónica, que la quemaron. La quemaron como se borra un rastro, como se intenta borrar una verdad.

Pero el corazón de Julia no se borra. Late en cada árbol que sigue en pie, en cada raíz que resiste. Late para recordarnos que defender el bosque es también cuidar a quienes lo protegen. Que no puede haber guardianas solas.

Julia caminó sola aquel día, y esa soledad nos duele hasta la médula. Duele porque pudo ser distinto. Porque en este país que se dice progresista, ella desapareció once meses sin portadas ni titulares. Como si su vida no importara. Como si su voz mapuche de setenta y dos años no mereciera escucharse. Hay cuerpos que importan y cuerpos que arden en silencio. Ese es nuestro espejo roto.

Julia Chuñil Catricura, activista medioambiental Mapuche.

Julia no era una metáfora ni un eslogan. Era carne y hueso, memoria viva, abuela que contaba historias y lideresa que enfrentaba poderes más grandes que su vida. Salió con su perro porque alguien debía proteger lo que era de todos: el agua, el aire, los árboles.

Y su corazón nos revela nuestra fragilidad. Nos dice que ninguna lucha se sostiene en soledad, que el bosque y sus guardianas pueden caer si no tejemos redes que los resguarden. Que no basta con indignarnos desde pantallas cómodas, ni con un “me gusta” mientras el monte se quema.

Ser llamada lamgen es un puente tendido sobre siglos de distancia. Es la promesa de que winkas y mapuche no somos ajenos, de que el dolor de Julia nos atraviesa por igual. Lamgen es un llamado urgente: acompañar a cada defensora con presencia, exigir justicia con voz quebrada, construir redes tan fuertes que ninguna vuelva a caminar sola hacia el territorio.

El corazón de Julia nos enseña que somos frágiles, pero que en esa fragilidad compartida habita una fuerza invencible: la memoria como fuego que no se apaga, su nombre como grito que despierta, su legado como vigilia permanente.

Que no nos engañe el silencio: Julia sigue caminando con el bosque. Y mientras recordemos juntos, Julia arderá no como ceniza que se borra, sino como llama que ilumina. Su nombre —Julia Chuñil Catricura— es ahora el fuego que nos hermana, la certeza de que nunca más otra guardiana deberá morir sola defendiendo lo sagrado. Porque llorarla sin olvidarla es hacerla eterna.

Share This